Allá por el medio día, cuando al sol se le ocurre poner candente al clima, observo las muchas casas y pocos árboles, donde la urbe se abrió campo, donde la gente
respira humo sin aire, ahí mismo, dos
palomas capitalinas sobre el tejado, una
de ellas
cortejando a su pareja, con el típico sonido de palomo enamorado, el protagonista, descendió del techo con un
vuelo improvisto, como queriendo impresionar a su pareja, voló majestuosamente al
suelo y haciendo una especie de danza,
zurea, agacha y levanta la cabeza, picoteando migajas
en medio de la calle, donde los autos se
asoman de vez en cuando, el turno era de un camión recolector de basura que
hizo su aparición repentinamente , el palomo quedó debajo del pesado automotor,
aleteaba buscando volar, buscando escapar, buscando sentirse libre, pero quedó atrapado, cerré los ojos como queriendo adivinar la
libertad de ave, oí un estrépito y el morbo me ganó, abrí nuevamente los ojos para ver lo que
pasaba, el camión se alejaba, el viento soplaba
y unas plumas
quedaron haciendo un remolino donde
quedó la estampa del palomo, la gente pasaba, miraba sin mirar, sin importar lo acontecido,
en fin y al cabo, es una rutina del transitar, del ir y venir del día.
En el tejado, una paloma
también fue testigo de lo que mis
ojos vieron, agudizaba su mirada hacia el pavimento extrañaba el cortejo, que
nunca fue terminado, daba vueltas, gorjeaba
en el techo, pero se cansó de
esperar para escuchar el arrullo, se
marchó sola, desapareciendo entre los edificios y el contaminado cielo de la urbe, dejando al
palomo sin alma, mientras que yo meditaba. . . el último vuelo.
Novato.
9-08-2016
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